ARTE
* Las artes visuales uruguayas evitaron, en su transcurso histórico, cualquier referencia al erotismo, a diferencia de la poesía que, desde Delmira Agustini a Idea Vilariño, hizo del sexo su bastión creador.
NELSON DI MAGGIO
Objeto, de Olga Bettas.
"Novia" y "Novio", objeto y ensamblaje de Olga Bettas.
José Gurvich, "Hombre señal", minióleo.
La pintura nacional es asexuada. Tiene temor a manifestar las pulsiones de la libido. Como la sociedad, recoge la herencia judeo-árabe-cristiana del horror al cuerpo, el goce de la sensualidad, el placer del amor. Acepta la hipocresía social y la doble moral. Hay casos aislados en la representación pictórica. Juan Manuel Blanes pintó a Carlota Ferreira con los atributos de una hembra bravía, en sus tiempos mozos Carmelo de Arzadun y José Cuneo recrearon desnudos femeninos con envolvente sensualidad y, más contenida, Petrona Viera. Una cierta osadía se instaló en José Gurvich, en especial en las cerámicas, Ana Salcovsky, Miguel Espínola Gómez, elípticos en la representación, abiertamente eróticos Oscar Larroca, Rosario Rubilar, Tola Invernizzi, Pilar González, Ulises Beisso y, más audaz, Mario D´Angelo. Los cambios sociales incidieron, sin duda, para derribar prejuicios. Empero, pocos se animaron. Y hasta el efímero Movimiento Sexy desistió de sus alegres incursiones, salvo la compleja singularidad de Dani Umpi.
Con nidos que ocultan secretos, título de la muestra que Olga Bettas mantiene en el Cabildo de Montevideo, el arte uruguayo introduce una inflexión en la temática habitual. Ya lo había anticipado en exhibiciones colectivas y alguna individual, en cierta medida periférica. Pero en la concurrida sala municipal, Bettas afirma en contundente demostración, la determinación de recorrer un sendero personal. Una mirada de mujer utilizando elementos propios del género, de la mercería. Quizá el antecedente más notorio aunque no de influencia directa es Louise Bourgeois. A diferencia de la escultora francoestadounidense, que hunde el escalpelo de ángel exterminador, de índole autobiográfico en la experiencia sexual familiar, Bettas transita con beatífica serenidad por aspectos urticantes de la genitalidad.
Bombachas, slips, corpiños, tangas, alfileres de punta y de gancho, retazos de telas suntuosas y brillantes, bastas y opacas, bordadas, acordonadas, rellenas como blandas esculturas, originan objetos referidos a la sexualidad de hombres y mujeres, vaginas, penes, testículos o extraños ensamblajes ambiguos que pueden concretarse en regaderas, ruedas, carritos, caracoles o flores, alusivos a instancias perturbadoras de agresión, protección o interdicción. El barroco (el arte erótico eclesiástico del siglo XVII como lo atestiguó Bernini en la escultura de Santa Teresa) atraviesa esos pequeños objetos de intenso cromatismo, de sedosas, anfructuosas superficies, revestidas, a veces, por tules y encajes, unidos con visibles puntadas o atados con cordones como sucede en Bicho atado, que sin ninguna ambigüedad representa un miembro masculino (en portugués de Portugal bicho, es el nombre popular del pene), emparentado con cierta crueldad del japonés Tetsumi Kudo de los años sesenta.
La inventiva es permanente, en la frescura y transparencia de la composición, en la paciente elaboración de pequeños elementos acumulados (Arman surge de inmediato) y al contrario de lo que se afirma en el catálogo, todo exhuma genitalidad. Una genitalidad y un erotismo especiales, que no exalta la condición orgánica sino que poetiza en su elaborada, refinada forma, el origen de la vida.
Un buen catálogo bilingüe bien diseñado por Mercedes Bustello y excelentes fotografías de Fabián Oliver complementan la excelente exposición. *
Fuente: La República


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